Una vez más tiene lugar el final de un domingo vacío en el hogar de muchas familias de nuestro entorno, e incluso puede que en el nuestro. Vuelve como en un recurrente bucle de hastío y apatía, cada vez más fuerte y generalizado, en donde el estado del bienestar y el desapego a todo lo que en su día fue importante, se ha encargado de atraparnos.
Jóvenes frente a sus ordenadores, chateando por alguna red social, o simplemente jugando a algún juego de consola, como no, individual. Por otro lado su padre en un cuarto y su madre en otro, observan sendos televisores con programaciones diferentes. Cada uno de ellos aislado en su propia burbuja, retroalimentando su propia rutina, de la que sólo se sale de cuando en cuando para volver a ella, como si se tratara de un baluarte que les protege de la realidad.
Pero la realidad sigue ahí, día a día, y mientras vemos en las noticias como pueblos enteros luchan por sus derechos, nosotros miramos con ojos ciegos desde nuestra burbuja, dejando que horas, días y semanas pasen, mientras a nuestro alrededor, poco a poco, se ignoran nuestros propios derechos, sin que parezca que nadie haga nada.
Algunos piensan que no van a poder arreglar nada ellos solos por mucho que quieran, y cientos de personas que piensan lo mismo dejan pasar cada golpe que les dan con paciente resignación. Pero hay que plantearse si de verdad no se puede hacer nada o nos es más cómodo dejarlo pasar. De todas maneras, nuestra burbuja es tan cálida y segura…
Algunos dicen que en su ciudad o barrio no merece la pena salir, que no se puede hacer otra cosa que estarse en casa un fin de semana, que los lugares a donde antes solían ir están descuidados y que no hay alternativas para la juventud o la familia. Y en lugar de intentar solucionarlo se quedan en su bucle de rutina en donde el tiempo pasa tranquilo, en donde no hay que preocuparse si un parque, una biblioteca, un polideportivo o nuestro propio legado histórico está en condiciones. Qué más dará.
Y cuando cada cual en su burbuja de soledad ve a otros intentar arreglar las cosas, la desconfianza inunda sus corazones; “seguro que quiere algo a cambio, ¿para qué salir de su burbuja si no?”. Pero aunque a veces tengan razón, no se atreven a romper su burbuja para cambiar las cosas y prefieren que otros tomen el control aunque ya conozcan el resultado del pasado.
Como es de esperar, en todas y cada una de estas burbujas hay una batalla perdida, y el principal responsable es cada uno de nosotros, pues la única batalla que se pierde es la que no se lucha.
Christian González Morales es portavoz de la Plataforma Joven Aire Nuevo 2011 |
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